“Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia” José Saramago
Encerrando la serie de artículo relacionados a éste pequeño poblado, reconstruido a orillas del caudaloso Rio Yaguarón luego de una de las mayores crecientes sufridas en la región, espero que el esfuerzo y el reconocimiento de todos los que aportaron de algún modo para que estas historias permanezca preservadas y conservadas en nuestras memorias, haya valido la pena, por le valor cultural, social y patrimonial que tiene para la preservación de la identidad de la gente de frontera.
Capilla
Creemos importante señalar un gesto de convivencia y sociedad de Don Agapito Porciúncula y Don Guaberley Ramos. Alrededor de 1985 Agapito, beneficiario de vivienda, dona un trozo de terreno para la construcción de una Capilla a la iglesia católica. Años después, Guaberley compra la parcela de campo donde está construida la capilla, es así que el nuevo propietario entra en contacto con las autoridades eclesiásticas, para regular la documentación de la donación que hasta el momento no existía.
Los “Camineros”
Desde los primeros años del Poblado, hubo un morador de allí que se ocupaba de mantener en lo posible las calles transitables, con las herramientas disponibles (carretilla y pala); al principio trabajaban bajo las órdenes de la intendencia, y luego de la junta de Río Branco. Los vecinos los llamaban “camineros”. Se recuerda que el primero de ellos fue Joaquín Araujo, luego Francisco Apolinario “Perriaco”, Gley Gonzales, José Buzó, y Ramón Araujo, así sucesivamente.
¿A qué se debe el nombre Poblado Uruguay?
“La mayoría de los pobladores de los rancheríos tenían por costumbre hablar en portuñol”, era una “mistura” del español con portugués, entonces buscaron con el nombre “Poblado Uruguay” saber que era un pueblo uruguayo”.
Significado del nombre del puente de “Las Mercedes”
“Mientras se construían las viviendas, también se trabajaba en la construcción del puente; lo hacían civiles y soldados al mando del mayor Domínguez, quien pide para que el puente lleve el nombre de su hija Mercedes, luego se lo comenzó a llamar “Puente de las Mercedes”, el cual hoy todos lo conocen por ese nombre”.
Maestro director Adán Castro
“Con la llegada del Maestro Adán a la escuela, el Poblado y las zonas que lo rodean cambiaron completamente. Fue uno de los pilares del Club Huracán, del desarrollo cultural y social. Ayudó a muchas familias a cobrar asignaciones familiares que nadie sabía que existía ese beneficio para sus hijos. Fue el “promotor” de los grupos de manos del Uruguay aquí en el Poblado, las mujeres eran felices trabajando y trayendo dinero para sus hogares. El maestro Adán jamás será olvidado por quienes vivimos allí en esa época. Me enteré que falleció hace dos años en un accidente de tránsito, ¡qué pena!”.
Cantidad de habitantes del Poblado
“Mire, según se decía, cuando nos vinimos para el Poblado (1963), éramos alrededor de trecientas personas, pero en el censo de 2011 registraron ciento cuatro habitantes, y creo que ahora son menos”.
Manos del Uruguay y las mujeres del Poblado
Manos del Uruguay nace en nuestro país en el año 1968 por iniciativa de Olguita Artagaveytia, junto a cuatro mujeres amigas que pertenecían a familias de estancieros, las cuales vivían en distintos lugares del interior de nuestro país, preocupadas por el problema de la vida de la mujer en el medio rural.
Para las mujeres de Poblado Uruguay y sus alrededores, fue todo un desafío cuando el maestro Adán Castro las reúne y les hace saber sobre la propuesta de trabajar para Manos del Uruguay. Crear esta fuente de trabajo en aquellos años, como lo mencionamos, era un gran desafío, sobre todo para las costumbres de hace cincuenta años en el campo; que una mujer compartiera las actividades de la casa con otros trabajos, y aportara ingresos junto al esposo llevó a muchas de ellas a enfrentar resistencias en sus hogares (maridos que no querían que sus esposas trabajaran).
Con el apoyo del maestro Adán, se forman los grupos de trabajo, y se comienza a trabajar y guardar las prendas en un depósito debajo de la caja de agua en la escuela. Luego, Don Eduardo Piñeiro cede un pequeño galpón que tenía en su propiedad, y más tarde Doña Apolonia Cuello dona un trozo de terreno, en el cual se construye un local con más espacio, y un baño (hoy estaría frente a la capilla).
Dialogamos con algunas de las trabajadoras y logramos reunir los nombres de la mayoría de ellas: Apolonia Cuello, Fany Piñeiro, Ilza Pereira, Cirley Porciúncula, Ivone Martinez, Cira Pacheco, María Elena Nuñez, Yolanda Araujo, Florinda Araujo, Miguelina Araujo, Evarista Suarez, Dacila Miranda, Evanir Alonzo, Modesta Apolinario, Cirley Gonzalez, Zulma Porciúncula, Vilma Oxley, Teresa Techera, Zulma Suarez, Austencia Pereira, Virícima Pereira, Santa Alonzo, y Élida Gallo.
Nos hacen saber que todas las integrantes eran hilanderas y tejedoras: “Hacíamos parte de la cooperativa, pero no recibíamos nada a más de lo que nos pagaban por cada trabajo que realizábamos, prendas, o mantas”.
Continúan con sus relatos: “Trabajamos diez años como independientes. No se aportaba a la caja, pero luego nos afiliaron a CA.U.VA (Manos del Uruguay), pero todas logramos jubilarnos”.
Nos hacen saber que los trabajos tenían que quedar perfectos, cualquier defecto, por pequeño que fuera, había que ir a Río Branco a subsanarlo, y en muchas oportunidades viajaban a Montevideo a corregir algún detalle que hubiese quedado en alguna prenda: “Eran muy detallistas”, y para eso tenían que pernotar de tres a cuatro días en la capital.
Al comienzo, la lana la traía Altamir Gularte “Cruyito” en un camión hasta el Poblado, pero luego la comienza a transportar Doña Apolonia Cuello en un carro grande, tirado por tres caballos: “Traía la lana para el Poblado y llevaba los trabajos ya prontos”.
Doña Apolonia de regreso al Poblado
Es importante destacar lo que nos hacen saber algunas trabajadoras, compañeras de Doña Apolonia. Daois (uno de sus hijos) nos cuenta que su madre, antes de trabajar para Manos del Uruguay, se dedicaba en el rancho al cultivo de chacras y a la cría de animales domésticos, era una “quitandera”. Llevaba a vender a Yaguarón pollos, huevos y verduras: “Yo recuerdo que desde los cinco años la acompañaba. Cruzábamos el río en Paso de Las Piedras, esperábamos desde el amanecer que abrieran los comercios de Yaguarón y regresábamos con el surtido, además de lo que le pedían los vecinos, desde café a trozos de telas”.
Regresemos a los relatos de sus compañeras: “Apolonia era una mujer muy humilde, cuando cargaba los “fardos” llenos de prendas y mantas los subía al carro haciéndolos rodar, ya que eran muy pesados. Salía para Río Branco por la mañana, y regresaba a las nueve o diez de la noche, con días muy fríos o lluviosos en el invierno. Ella colocaba a los caballos en el trillo del camino, y hacía casi todo el viaje tejiendo encima del carro. Cuando había que llevar las prendas a la ruta 26, cruzaba los campos anegados con los fardos al hombro”.
Continuamos con atención los relatos: “Apolonia viajaba representando a nuestra cooperativa ya que era muy responsable, y para hablar no tenía pereza. Fue una mujer que luchaba por nosotras y la cooperativa”.
Periódicamente, había que traer a las coordinadoras a la ruta: “El encargado era “Charo”, que lo hacía en un “charet”, y recuerdo los nombres de algunas de ellas: Berta Willy y Lucia Pizano”.
Trabajar en Manos del Uruguay para esas mujeres fue, tal vez, uno de los desafíos con más sabor dulce. Pasaron de amas de casa y labradoras a conquistar un trabajo donde no tenían que embarrar sus manos como de costumbre. Lograron ganar su propio dinero ayudando económicamente en sus casas, ya sea con el sustento de la familia o arropando a sus hijos. Muchas trabajaron más de treinta años, pero todas guardan momentos felices junto a sus compañeras de labor.
Conclusión
Con este trabajo hemos logrado un nuevo objetivo: hacerles llegar nuevamente relatos e historias de nuestra frontera. Agradezco a todos los memoriosos que me han ayudado a lograrlo, ya sea con sus primorosas memorias, vivencias, documentos escritos y fotografías.
Mis más sinceros agradecimientos a los que nos abrieron las puertas de sus ranchos, a quienes enviaron informaciones en escritos con letras casi ilegibles, poemas estampados en libros o premiados.
Agradezco a mi familia que hizo parte de mis ideas y las supieron plasmar en el trabajo. Muchas gracias a las empresas amigas que nos dieron su aporte; en fin, a todos los que participaron. Aunque ustedes lo crean insignificante, para mi sirvió de mucho.
Son mis deseos que con el transcurso del tiempo otras personas, que gustan de la historia de nuestro “rinconcito”, nos hagan llegar trabajos nuevos y que reciban más apoyo del que hemos obtenido. De esta forma, podremos hacer rescates históricos con más ingenio. Cuando esto ocurra, construirán un camino en un monte tupido y espinoso, pero seguramente se encontrarán con un pequeño sendero, el cual los ayudará a llegar al destino… ¡Suerte!
Peão rural, Artísta plástico, Rescatista histórico e Escritor.